La Columna de FOZ

Entre el 2009 y el 2011, con la economía regional creciendo dinámicamente, nueve países de América Latina festejaron el inicio de su rebelión emancipadora. Con la excepción de Chile, el resultado fue un fracaso, en mayor o menor medida. El investigador Carlos Malamud del Real Instituto Elcano ha publicado un valioso balance de este proceso: “De la euforia al ensimismamiento”.

De este despelote, quizá sólo se salve para el recuerdo la vistosa regata de veleros organizada por las armadas de algunos países que circunnavegaron la región. Y una sencilla pero emblemática foto, el 18 de septiembre del 2010, que muestra a cinco mandatarios chilenos: dos socialistas y dos democristianos que compartían, con el de derecha en ejercicio, la satisfacción por el aniversario de una república ya afirmada.

El caos y el desorden fueron, en buena medida, consecuencia de la política. Los países del ALBA, por ejemplo, intentaron politizar el acontecimiento (como ocurrió aquí durante el gobierno militar, con ocasión del sesquicentenario). Se pretendió así manipular groseramente la historia con fines subalternos. Ello creó polarización, distorsionó las convocatorias y malogró las energías de la población. En Bolivia, por ejemplo, el festejo inaugural iba a efectuarse en la ciudad de Sucre, pero por pleitos entre el gobierno nacional y las autoridades regionales fue trasladado a un pueblo remoto y prácticamente deshabitado, sin aeropuerto. En Argentina, la presidenta Cristina Kirchner no asistió a la reapertura del teatro Colón, a la que sí fue el expresidente José Mujica de Uruguay, para no ver a Mauricio Macri, entonces primera autoridad de Buenos Aires. En la galería de patriotas latinoamericanos de la Casa Rosada se incluyó el retrato del Che Guevara, pero no el de Juan Bautista Alberdi ni el de Domingo Faustino Sarmiento. En Venezuela, Hugo Chávez ordenó la exhumación de los restos de Simón Bolívar para insinuar que fue envenenado por colombianos.

Pero si los políticos distorsionaron la trascendencia del aniversario, cabe señalar también que la población, en su mayoría, no era muy sensible a éste. Según el Latinobarómetro (2009), apenas el 54% de los peruanos identifica a España como la nación de la cual el Perú se independizó. Y si ese indicador resulta preocupante, cabe señalar que supera al de los demás países de la Alianza del Pacífico, menos Chile. Y de la población peruana encuestada, menos de la mitad considera significativo el proceso mismo de la independencia. Esa encuesta revela que el hito del bicentenario ha carecido, para cuatro de cada diez pobladores de América Latina, de alguna trascendencia.

Chile y México fueron los únicos países que organizaron las celebraciones con algún cuidado. El presidente Ricardo Lagos constituyó la comisión correspondiente con diez años de anticipación. En el caso de Ecuador, fue el propio presidente Rafael Correa quien la encabezó. En Colombia, como suele suceder en ese país, la comisión sólo se instaló después de intensos, interminables y frustrantes debates entre historiadores y políticos.

El presidente Pedro Pablo Kuczynski hizo de la referencia al año del bicentenario un mantra en su republicano discurso inaugural. La complejidad del Perú, su preocupante fragilidad política, la diversidad de sus culturas y valores obligan a que los 200 años de república, una que está por consolidarse aún, sean celebrados con humildad y discreción, con contenido espiritual y con esperanza

EN SUMA. La celebración del bicentenario de la independencia no ha estado exenta de dificultades en otros países de la región. Ahora que le toca al Perú, lo recomendable es afrontarla con humildad y discreción.

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