La Columna de FOZ

El café –tanto la bebida como el lugar– fue clave en la historia de la innovación. Antes de su introducción en Europa y por la escasez de agua potable, fue cerveza la bebida cotidiana. Se ha dicho que la revolución industrial se originó en la transformación de mentes aletargadas por la sopa caliente de cerveza que solía tomarse por las mañanas que pasaron súbitamente a ser estimuladas por potentes tazas de café. La Ilustración le debería mucho a la cafeína.

Y, por cierto, como lugar de encuentro, los cafés eran espacios en los que cualquier caballero razonablemente vestido podía, también, fumar su pipa, leer los periódicos y entablar conversación con los demás parroquianos. Como afirma Peter Diamandis en su libro Abundance, el periodismo todavía estaba en pañales y el sistema de correo era irregular y estaba mal organizado. Por tanto, pasar por el café se convirtió en un hábito cotidiano para obtener noticias e información, lo que devino naturalmente en un lugar de divulgación y debate de ideas. Los cafés, como sitios de encuentro, se convirtieron así en focos de innovación.

Y ese hecho no constituye sino una expresión de lo que la creciente urbanización generó. Cuando la gente empezó a vivir una encima de otra, también sus ideas tendieron a cruzarse y a multiplicarse. Y algunas ciudades resultaron siendo especialmente creativas por multiculturales, multilingües y complejas. La multitud de diferencias en ellas constituía un importante motor de innovación.

Con un razonamiento similar, los optimistas del futuro creen que la web se convertirá –como, en el pasado, los cafés y las ciudades– en un medio de fertilización muy potente. Sus usuarios –que sumarán 5 mil millones en el 2020– tendrán acceso digital a una metainteligencia global muy poderosa, que incluirá el conocimiento, la inteligencia, la creatividad y la sabiduría de toda la humanidad. Y ello permitiría hacer frente a los importantes desafíos que se vislumbran.

Comments are closed.