En 2006, la mayoría en el Congreso de EEUU cambió de republicana a demócrata. Por ello, el gobierno peruano decidió contratar una firma asesora sobre cómo lograr la aprobación del TLC. A los pocos meses como embajador, me tocó ser responsable de esa selección.

Cuatro firmas lobistas fueron invitadas al concurso. Las propuestas, algunas muy elaboradas, fueron sustentadas por equipos profesionales, algunos con pinta de yuppies brillantes. La cuarta fue una presentación bastante más simple, cargada de sentido común, de alguien mayor que yo, de acento sureño, que vino a la reunión sin mucha compañía.

Cuando supe que se trataba del presidente de Patton & Boggs, lo visité a los pocos días en sus oficinas al borde de Georgetown y le dije que los recomendaría, siempre y cuando fuera él personalmente quien se encargara de liderar al equipo. Se rio y comentó que él ya no manejaba encargos concretos, que su firma contaba con una amplia gama de especialistas muy versados en el tema. Retruqué afirmando que lo que realmente necesitábamos era de su intuición y sabiduría. Sonrió de nuevo y aceptó.

Tom Boggs Jr., quien murió la semana pasada, era una verdadera institución en Washington. De una familia política de Louisiana, su padre llegó a ser el líder de la mayoría en el Congreso. Él mismo intentó ser también parlamentario, pero perdió la elección. Trabajó con el presidente Lyndon Johnson y en el Congreso, y luego se asoció en 1966 con una pequeña firma de abogados que después lideró y volvió famosa. En 1972, el avión en el que su padre hacía campaña por Alaska se perdió. El prestigio familiar era tal, que su madre ganó la elección convocada para reemplazar a su marido y fue reelegida congresista nueve veces, hasta que el presidente Bill Clinton la nombró embajadora ante el Vaticano.

El TLC del Perú se adelantó al de Colombia, Corea y Panamá en buena medida porque contamos con el consejo, muchas veces sutil y siempre efectivo, de Tom Boggs.