In memoriam

Alberto Benavides de la Quintana fue geólogo, alto ejecutivo, empresario minero, alcalde, mentor, director de instituciones públicas y empresas, promotor de la educación y filántropo.

No hace mucho, el Patronato de la Universidad del Pacífico me solicitó una semblanza de él para honrarlo. Preferí ensayar una breve reflexión interpretativa sobre el porqué de su éxito. Una primera razón fue su conocimiento. Con su maestría en la Universidad de Harvard, lo que Alberto sabía a fines de los años 40 para el descubrimiento y desarrollo de un país como el Perú, tradicionalmente minero, lo sabían muy pocos de su generación. Alberto constituyó uno de esos clásicos ejemplos de “El que estudia, triunfa”, vocación por el conocimiento que mantuvo a lo largo de toda su vida.

Una segunda razón fue la enorme pasión por lo que hacía. La geología, sorprende a muchos, es una disciplina romántica. Y Alberto estuvo muy enamorado de su profesión. Recuerdo un día, hace pocos años, en que iba a verlo, no recuerdo bien para qué, y en su oficina me informaron que me esperaba en su casa, porque estaba con descanso médico. Y, aunque preocupado de estar importunándolo innecesariamente, lo fui a ver allí. Y fue mi sorpresa encontrarlo, a sus 90, todavía algo afiebrado, en bata, en el comedor de su casa, con planos extendidos en la mesa y el piso, con todo un equipo de geólogos, informándose y dirigiendo los esfuerzos de exploración de tampoco recuerdo bien qué proyecto.

Su tercera gran cualidad fue su integridad. Las virtudes del carácter -la modestia, la honestidad, la gratitud, la compasión, el sentido del deber- suelen provenir de la herencia familiar, o del ejemplo de mayores que uno se ha propuesto emular. Su larga y fructífera vida constituye una expresión de continua coherencia entre lo que decía y lo que él pensaba y sentía.

Alberto tuvo eso: una sed constante de conocimiento, una pasión intensa por el trabajo y una firme integridad en su carácter.