La Columna de FOZ

El crecimiento económico sostenido sólo puede generar un desarrollo social firme cuando se da en el contexto de instituciones que se renuevan para facilitar una mayor madurez política y un funcionamiento más eficaz de los mercados. Es obvio que las transacciones cotidianas de los individuos y las empresas deben contar con la protección de leyes que se entiendan y cumplan por todos. Esa estabilidad permite adoptar mejores decisiones. Y la falta de ese orden mínimo genera el riesgo de la anarquía y de los estados fallidos.

Al menos hay cinco clases de instituciones requeridas para el buen funcionamiento de una economía de mercado: las que garantizan la estabilidad macroeconómica, las que establecen derechos de propiedad precisos y avalan contratos ejecutables, las agencias regulatorias debidamente calificadas y representativas, los organismos que contribuyen con la seguridad social, y aquellas entidades que permiten el manejo y la superación de los conflictos.

Los países mal desarrollados se caracterizan por la desconfianza, el incumplimiento del Estado de Derecho, el mal manejo de los conflictos y riesgos, la imprecisión y el desconocimiento de los derechos de propiedad, la incapacidad de las agencias regulatorias para combatir el fraude y las prácticas monopólicas, y la inefectividad y falta de transparencia de los gobiernos.

La falta de un Estado de Derecho y de claridad en los derechos de propiedad desanima a la inversión que constituye un requisito esencial para el crecimiento económico sostenido.

No es fácil lograr cambios institucionales. Ellos requieren de un mínimo de consenso político. Y, muchas veces, aunque favorecen a una gran mayoría silenciosa, perjudican bastante a los pocos que ejercen su poder y defienden sus privilegios. No es fácil hacer hablar a esa mayoría favorecida y la repartición de los beneficios potenciales tampoco es una tarea sencilla de lograr.

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