La Columna de FOZ

Hace 2,400 años, Sócrates bebió la cicuta por sus ideas. Desde entonces no se ha alcanzado un consenso preciso y compartido sobre cuánta libertad de expresión es conveniente. Tampoco hay claridad respecto de las reglas o los criterios que debieran regular, por ejemplo, la comunicación en redes sociales. ¿Puede alguien, en broma, gritar “¡temblor!” en un teatro lleno a oscuras? Y, si no, ¿quién lo impide o sanciona?

En los años iniciales del republicanismo, en carta a un amigo, Thomas Jefferson escribió: “Como el gobierno debe finalmente responder a la opinión de los ciudadanos, entre un gobierno sin periódicos y periódicos sin gobierno, prefiero lo último”.

Ten Principles for a Connected World es el título de un libro de Timothy Garton Ash, el profesor de Oxford y Stanford, quien anteriormente lanzara –con similar propósito– la web freespeechdebate. Algunas empresas –afirma el historiador y periodista– ya pueden resultar, respecto de la libertad de expresión, más relevantes que los estados más poderosos: los usuarios de Facebook superan a la población de China, y el directorio de Googlepodría resultar más influyente que el gabinete de Alemania. Un vulgar video colgado en YouTube, en el que por algunos minutos se maltrataba a islámicos, generó una drástica intervención del gobierno de EEUU y violentas demostraciones callejeras que resultaron en la muerte de más de cincuenta personas.

¿Por qué es necesaria la libertad de expresión? El autor lo resume bien: “para desarrollarnos a plenitud como seres humanos, para avanzar en una mejor comprensión de la verdad, para ejercer un control sobre los respectivos gobiernos y poderes, y para ayudar a las sociedades a aprender a vivir en diversidad”.

Éstos son propósitos nobles a los que las palabras sirven, aunque éstas puedan usarse también para herir y ofender. Garton Ash ha desarrollado diez principios que aspira universales y cuyo cumplimiento haría mejor a la situación vigente:

Esencia. Todos los seres humanos nos debemos sentir con habilidad y capacidad de expresarnos; y con el derecho a buscar, recibir e impartir información e ideas, al margen de fronteras.

Violencia. No debemos amenazar con la violencia, ni aceptar la intimidación violenta.

Conocimiento. No debemos permitir tabúes que limiten el aprovechamiento de cualquier oportunidad para la difusión del conocimiento.

Periodismo. Requerimos de medios diversos, confiables y sin censura, que nos ayuden a tomar decisiones bien informadas, así como a participar plenamente en la vida política.

Diversidad. Debemos expresarnos de manera abierta y con robusta civilidad sobre todo tipo de diferencias humanas.

Religión. Respetamos a todos los creyentes, pero no necesariamente el contenido de las creencias.

Privacidad. Debemos ser capaces de proteger nuestra privacidad y de defender nuestra reputación, aunque no al punto de evitar el escrutinio sobre temas de interés público.

Discreción. Debemos tener la capacidad de desafiar los límites que se planteen al acceso de información por razones como la de seguridad nacional.

Autonomía. Internet y otros sistemas de comunicación deben resultar protegidos de las invasiones ilegítimas que provengan tanto de poderes públicos como privados.

Valentía. Debemos decidir por nosotros mismos y atenernos a las consecuencias de nuestros actos.

EN SUMA. Es difícil establecer un equilibrio entre la libertad de expresión y el abuso de ésta, pero es indiscutible que sin ella la sociedad estaría peor. Garton Ash propone 10 principios para acercarse más al óptimo.

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