La Columna de FOZ

Debido a la extendida informalidad, la presión tributaria en el Perú es inferior a 20% del PBI, por debajo del promedio en América Latina, que supera este nivel. En los países de la OCDE, la presión promedio se ubica en un rango 50% superior. La próxima campaña electoral va a reanimar un debate respecto de la política tributaria: qué tipo de impuestos corresponde cobrar, a quiénes y cómo reducir efectivamente la elevada evasión existente. Sólo en el caso del impuesto a la renta, por ejemplo, reducir a la mitad su evasión implicaría para el Estado peruano mayores ingresos por 1.5% de PBI.

En el mundo, impuestos se ha cobrado a casi todo. A fines del siglo XVII, abrumado por deudas, el rey Guillermo III de Inglaterra solicitó a sus ministros ideas novedosas para recaudar más. Se implantó un window-tax, a pagar por todo propietario, en función del número de ventanas de su casa. Se fijó inicialmente en dos chelines; y aquéllas con entre 10 y 20 ventanas, pagarían cuatro chelines extra; y aquéllas con más de 20, ocho chelines. Fácil de administrar, el impuesto tenía, a primera vista, un halo progresivo: los más ricos suelen vivir en casas con más ventanas.

No siempre, aclaró Adam Smith en La riqueza de las naciones: “una casa de campo de 10 libras de renta puede tener más ventanas que una en Londres de 500 libras de renta”.

Criticado como un impuesto ‘al aire y al sol’, el window-tax afectó a la arquitectura de la época. No pocos procedieron a tapiar sus ventanas (especialmente la décima o veinteava), como se puede comprobar en algunos edificios de entonces. Y la mayoría de las casas se construían en aquel tiempo con 9 ó 19 ventanas, el nivel tope para pagar menos.

En barrios carentes de alcantarillado, tapiar las ventanas ocasionó una menor ventilación y un aumento en las enfermedades contagiosas, lo que afectó el comercio y la actividad artesanal y, por ende, los ingresos fiscales.

El impuesto referido fue motivo de reclamos, durante los siglos XVIII y XIX, en cada club y café de Escocia, Inglaterra y Francia. En Los Miserables, Víctor Hugo pone en boca de la mujer del bodeguero Thénardier una airada queja por el impuesto a las ventanas.

Y Charles Dickens fue un buen propagandista para su eliminación: “Desde su aplicación –reclamaba– ni el aire ni la luz son gratuitos. Nos obligan a pagar, a tanto por ventana al año, por lo que la naturaleza nos ofrece en abundancia a todos. Y los pobres que carecen de recursos para pagar el impuesto, se privan injustamente de dos de los elementos vitales más necesarios”. Finalmente, el impuesto fue abolido en Inglaterra en 1851; en Francia, sólo en 1926.

En los Países Bajos, en vez de a las ventanas, se aplicó un impuesto a los metros cuadrados de la fachada de las casas. La arquitectura típica de Ámsterdam –casas de poco frente, harto profundas, y con fondos elevados como joroba de camello– fue una consecuencia del intento de pagar menos impuesto.

De la documentada historia del window-tax puede concluirse que las personas suelen modificar significativamente su actuar en respuesta a normas tributarias y a sus incentivos. Por ello –afirma Tim Harford en el Financial Times– la insistencia de algunos economistas para usar tales instrumentos con el fin de corregir conductas o consecuencias inconvenientes, como las elevadas emisiones de carbono o la obesidad. Aunque otra lección del window-tax es que la eliminación de un impuesto poco adecuado puede demorar un siglo y medio cheap cialis overnight delivery.

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