La Columna de FOZ

Los editores de The Economist -John Micklethwait y Adrian Wooldridge- han publicado recientemente The Fourth Revolution: The Global Race to Reinvent the State. Afirman ellos que, históricamente, una primera transformación nació de la concepción misma del término por Thomas Hobbes en el siglo XVII. La centralización del control sobre sus súbditos permitió a algunos príncipes europeos alcanzar un mayor progreso relativo a sus reinos que a los de sus pares. Hasta entonces, China y Turquía eran los países referentes en el mundo. Pero pronto los principales estados-nación europeos los superaron, transformándose en imperios comerciales.

Una segunda renovación provendría del proceso de independencia de EEUU, así como de la Revolución francesa. La meritocracia y el sentido de la responsabilidad gubernamental reemplazaron al l’état, c’est moi en el manejo de los estados. La Inglaterra victoriana asimiló pronto esos principios, al establecer, por ejemplo, un admirado servicio civil.

La tercera revolución provendría de la creación del estado del bienestar, en parte como respuesta a la amenaza del marxismo a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Por ejemplo, el gasto público en EEUU aumentó de 7.5% del PBI en 1913 a 20% en 1937, a 27% en 1960, a 34% en el 2000 y a 41% en el 2011. El de los otros países ricos revela tendencias similares.

Durante los últimos quinientos años, Europa y EEUU se mantuvieron en la frontera de las innovaciones en el sector estatal; ya no es así. Actualmente, sus gobiernos muestran crisis de variable intensidad, tanto de legitimidad como de efectividad política.

Cómo transformar un estado de grande a inteligente, para aprovechar adecuadamente los nuevos avances tecnológicos, es un tema crítico en el cual China y otros países asiáticos muestran avances más significativos que los países de Occidente. Ello genera un eventual conflicto entre avances para el comando y el control vis a vis mejoras para la libertad y la democracia.

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